Ese jacarandá que derribado
en la calle, sus pétalos desliza,
esas flores que tiemblan con la brisa.
¡Cuánto azul en mis ojos ha dejado!
Aunque busquen su tronco, doblegado,
para hacerlo fugaz llama y ceniza,
el color de su copa, que agoniza,
vivirá, por mi sueño rescatado.
Ni una flor llevaré. Yo, ni lo toco;
pero mis días teñirán de a poco
sus ramas, como niebla florecida.
No quiero verlo arder para mi lumbre,
sólo guardo su azul para que alumbre
en las horas opacas de mi vida...
Irma Díaz