Recuerdo muy bien aquel mundo de agua donde empezó mi vida.
Lo recuerdo porque puedo imaginarlo, porque puedo conjeturarlo.
Ese mundo de agua, redondo y sin fondo, donde adquirí mi forma
fue la metáfora primera que conocí.
Y el canal entre mi madre y yo, fue el primer verso.
Porque la poesía es una conjetura acerca de lo inefable.
Un modo, quizás el único, de acercarse a las quimeras.
Recuerdo también el día en que mi madre se quedó parada
a mis espaldas, mientras yo subía las escaleras de la mano de una mujer vestida con guardapolvo blanco.
La mujer me dijo que no llorara, que iba a enseñarme a dibujar la letra m. Entonces, llegó de nuevo la poesía.
Y entendí que el lenguaje puede ser la extensión del regazo materno.
También recuerdo cuando ocurrió al revés, y fue mi propio vientre
una metáfora de agua.
Puedo recordar cuando yo fui la madre detenida a espaldas de mi niña. Aquella vez, regresó la poesía a explicarme los sentidos del tiempo.
Hoy recuerdo mi muerte.
Puedo recordarla porque puedo imaginarla, puedo conjeturarla.
Si en ese trance consigo aceptar que es nuestro deber dejar sitio a los otros, entonces la muerte no será más que la mejor metáfora del amor.
©Liliana Bodoc
Escritora argentina recientemente fallecida.