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jueves, 26 de abril de 2018

Olvido, de Daniel Bellucci


Vendrá el olvido
       a recostarse en el muro de mi piel.
Traerá un himno de perdón
                    ciego, helado.
Y una rosa inexistente
con un rostro vacío
                     aprisionado en el viaje.

Llegará a mi almohada
                      entre sollozos,
y al alba,
         seguramente,
beberá el reposo.
          Apuñalando
          el brillo de tu máscara.

Olvido que deshojas memorias,
                      llora, dulcísono llanto.
Muda máscara en el jardín de sueños
de aquella flor muerta de distancia.

Daniel Bellucci

Poema, de Delia Chinellato




Destruiría mis días, hilachas inservibles,
y empezaría otra vez.
Sería hoja, pluma, aroma... humo
para que el viento me llevara en su suspiro.
Me volvería nómade, imprevisible, demente,
loca, loca, loca...

¡Ah... si pudiera arrojarte y vivir...
incólume cordura!


Delia Chinellato

martes, 24 de abril de 2018

Árbol de Diana, de Alejandra Pizarnik



I

He dado el salto de mi alba.
He dejado mi cuerpo junto a la luz
y he cantado la tristeza de lo que nace.

II

Estas son las versiones que nos propone:
un agujero, una pared que tiembla...

III

sólo la sed,
el silencio,
ningún encuentro

cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de mi sombra.



Alejandra Pizarnik

---De Árbol de Diana (1962)


lunes, 23 de abril de 2018

Caminando mi barrio, de Elsa G. de Pérez



Una luciérnaga encendida pone luz ante mis ojos, es éste el momento de violetas y de sombras. Es también el anochecer de mi vida.

Se oye distante la música alegre del carrusel.
Concentrada bajo la verde presencia de los tilos adormecidos, entré a la ermita y estuve un momento muy cerca de mi madre.

Es éste mi barrio. Silente y bullicioso, mi barrio, el que yo quiero. A veces me parece que en un instante se pudiera vivir la eternidad. El cielo generoso ofrece el coloquio de las primeras estrellas haciendo guiños a la luna indiferente.

Mientras tanto yo, pasajera de la vida, camino aplastando el colchón de hojas herrumbradas de árboles que no son perennes y cubren el suelo. Ese suelo que alguna vez tapicé con mis sueños compartidos. Es mi barrio. Lugar donde crecieron mis niños y por donde caminan mis nietos, en él coseché sonrisas y bebí lágrimas y en él me quedaré hasta llegar al final de mi destino cuando ya no puedan reflejarme los espejos.

Elsa Gervasi de Pérez

viernes, 13 de abril de 2018

¿Para quién escribo?, de Vicente Aleixandre




¿Para quién escribo?, me preguntaba el cronista, el periodista
o simplemente el curioso.

No escribo para el señor de la estirada chaqueta, ni para su bigote
enfadado, ni siquiera para su alzado índice
admonitorio entre las tristes ondas de música.

Tampoco para el carruaje, ni para su ocultada señora
(entre vidrios, como un rayo frío, el brillo de los
impertinentes).

Escribo acaso para los que no me leen. Esa mujer que
corre por la calle como si fuera a abrir las puertas
a la aurora.

O ese viejo que se aduerme en el banco de esa plaza
chiquita, mientras el sol poniente con amor le toma,
le rodea y le deslíe suavemente en sus luces.

Para todos los que no me leen, los que no se cuidan de
mí, pero de mí se cuidan (aunque me ignoren).

Esa niña que al pasar me mira, compañera de mi
ventura, viviendo en el mundo.

Y esa vieja que sentada a su puerta ha visto vida,
paridora de muchas vidas, y manos cansadas.

Escribo para el enamorado; para el que pasó con su
angustia en los ojos; para el que le oyó; para el que
al pasar no miró; para el que finalmente cayó cuando
preguntó y no le oyeron.

Para todos escribo. Para los que no me leen sobre todo
escribo. Uno a uno, y la muchedumbre. Y para los
pechos y para las bocas y para los oídos donde, sin
oírme, está mi palabra.

II

Pero escribo también para el asesino. Para el que con
los ojos cerrados se arrojó sobre un pecho y comió
muerte y se alimentó, y se levantó enloquecido.

Para el que se irguió como torre de indignación, y se
desplomó sobre el mundo.

Y para las mujeres muertas y para los niños muertos,
y para los hombres agonizantes.

Y para el que sigilosamente abrió las llaves del gas y la
ciudad entera pereció, y amaneció un montón de cadáveres.

Y para la muchacha inocente, con su sonrisa, su corazón,
su tierna medalla, y por allí pasó un ejército de
depredadores.

Y para el ejército de depredadores, que en una galopada final fue a hundirse en las aguas.

Y para esas aguas, para el mar infinito.

Oh, no para el infinito. Para el finito mar, con su limitación
casi humana, como un pecho vivido.

(Un niño ahora entra, un niño se baña, y el mar, el
corazón del mar, está en ese pulso.)

Y para la mirada final, para la limitadísima Mirada Final,
en cuyo seno alguien duerme.

Todos duermen. El asesino y el injusticiado, el regulador
y el naciente, el finado y el húmedo, el seco
de voluntad y el híspido como torre.

Para el amenazador y el amenazado, para el bueno y el
triste, para la voz sin materia
y para toda la materia del mundo.

Para tí, hombre sin deificación que, sin quererlas mirar,
estás leyendo estas letras.

Para tí y todo lo que en ti vive,
yo estoy escribiendo.




Vicente Aleixandre


viernes, 6 de abril de 2018

En los abismos del alma, de Brenda Beauvoir




















No me dejes caer...
en los abismos huecos del alma.
Es tiempo de cerezos
y rojas hojas en el huerto
Soñemos el sueño muerto
entre el polvo y la harina
Hay un país de blancas casas
y súbditos desolados que aguardan...
Entre la cruz lejana y solitaria
la gris niebla tras las espaldas
Los hondos días
de negras y oscuras noches
Entre el invierno azotando...
Y las manos...
entre el humo y el leño.
Recuerdas?...
o fue sólo un sueño hostil y siniestro
de navíos locos y ebrios...
En el alma y el tiempo
de los abismos huecos.

BRENDA BEAUVOIR. de "Voz de Ausencia".

martes, 3 de abril de 2018

Paisaje, de Carlos Grismado














Brama el viento.
Se despedaza el mar en el oleaje.
Descarnado lamento,
grito de la borrasca;
vano, desesperado
como el triste final de la hojarasca.
De la hojarasca que huye
cual esas dos gaviotas remontando
el vuelo en busca de un lejano nido.
Mientras el gris se ahonda en el paisaje
en este atardecer anochecido.

Las barcas aquietaron en el pueblo
ansias de lejanía.
Y en la torva desnudez
elevan temblorosas su concierto
desde un cordaje de melancolías.
Ha comenzado a deslizar la lluvia
por mi ventana su callado llanto;
ajeno, transparente.
Color de la nada como el desencanto.

Y un relámpago azul
-desbocado corcel sin paz ni calma-
implacable y fugaz,
descubre en su destello,
esta cansada soledad del alma.

Carlos Grismado